miércoles, 19 de agosto de 2009

María Zambrano: Filosofía y Poesía

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Filosofía y Poesía
Profundización de contenidos
Profesor Christian R. Arancibia Gaete
San Carlos, Noviembre 23 de 2005
Introducción
“La vida para María Zambrano es misterio radical sostenido en las entrañas (…).A este radical no podemos acercarnos sólo con el conocimiento sistémico, racional o ideal, exige otra mirada (…)”[1]
Lo citado cobra sentido a medida que uno avanza en la lectura de sus textos, hilados con una racionalidad que invita a cierta “dispersión” de la razón poéticamente entendida.
Es el sentimiento que queda latente luego de leer “Filosofía y Poesía”. Este es un libro que no se puede leer de una sola vez, se hace necesario ir, entre líneas descubriendo los significados de aquello que quiso decir su autora. Conectar internamente con la propia experiencia de quien alguna vez, entrevió en la poesía pistas de sentido para comprender la propia existencia, por mucho de irracional que en ella hubiera.
Por lo tanto, en este comentario que se haga al libro “Filosofía y Poesía”, no se busque un estudio crítico, ni excesivamente sistemático. Pues, simplemente se intentará profundizar en los significados de aquellas afirmaciones que están en la génesis de la escisión de filosofía y poesía; así como del modo en que María Zambrano trata de conciliar, en su propia obra, estas dos maneras de pensar la vida. Maneras que conviven en nuestro mundo, en ámbitos académicos distintos y, al parecer irreconciliables.
El punto de partida de nuestro trabajo estará en el enfrentamiento entre filosofía y poesía, contenido de manera singular en “la República” de Platón. Texto desde el cual surge un especial planteamiento de María Zambrano, del que esperamos dar cuenta.[2] Luego y con el fin de dar luces respecto del aporte que ha realizado nuestra autora, intentaremos abordar rasgos del peregrinar de la poesía en el decurso de la historia, peregrinar propio de quien sufre el exilio.
Un tercer punto estará dedicado a comprender a la poesía en su relación con la palabra originaria. Palabra que es paradoja, pero que transparenta en la poesía rasgos de su peculiaridad.
  1. Enfrentamiento entre Pensamiento y Poesía.
María Zambrano, ya al comienzo de su obra, nos enrostra una realidad por muchos constatada. Filosofía y poesía han marchado en forma separada en el decurso de la historia, a la hora de expresar su mirada respecto del mundo y de sus seres. Ambas han luchado por descubrir la verdad, aquella verdad con mayúscula referida al ser humano. No obstante los caminos que han seguido los han llevado por distintos senderos.
Se trata entonces de reconocer estos senderos, caminarlos para descubrir dónde se produjo la bifurcación.
¿Sería un accidente propio de la naturaleza del “camino”, o más bien un capricho de los caminantes?
María Zambrano, en su intento de reconocimiento del trayecto, encontrará un momento decisivo en la Grecia de la antigüedad clásica. En ella y desde la obra de Platón, reconocerá la viva lucha entablada entre estas dos formas de la palabra, filosofía y poesía. Lucha que verá vencer, por la fuerza de una razón política y teoréticamente comprendida, a la filosofía.
Contemplemos desde la distancia aspectos de esta lucha que, a juicio de la autora, marcaron “la condenación de la poesía.[3]
Será en el libro X de la República de Platón donde encontraremos aspectos de esta lucha y la consecuente condena.
Entre las razones aducidas por Platón para no admitir dentro de la República a la poesía imitativa, se encuentra la siguiente: “[todas las obras de los autores trágicos y demás poetas] parecen causar estragos en la mente de cuantos las oyen si no tienen como contraveneno el conocimiento de su verdadera índole.[4]
La afirmación que Platón gradualmente irá completando viene a ser un duro golpe a la expresión poética que imitando a la verdad, seduce y engaña con sus palabras. Platón enfrenta en este punto a la “imitación de la verdad” que brota de la poesía y a la “verdad” buscada por la filosofía.
Dicho enfrentamiento lo lleva a lanzar sus estocadas nada menos que a Homero que, en la antigüedad clásica, es el más digno e ilustre representante de la poesía. Generaciones enteras se han educado bajo su alero, no sólo los poetas trágicos. El mismo Platón bebió de sus fuentes y a juzgar por las referencias que hace de textos homéricos “no era él de los menos aficionados a sus poemas”.[5]
Otro momento de la afirmación platónica lo lleva a decir “que todos los poetas, empezando por Homero, son imitadores de imágenes de virtud (…) y que en cuanto a la verdad, no la alcanzan, si no que son como el pintor[6] [que pinta imágenes que participan de la realidad solo en apariencia].
En este sentido el poeta no es más que un imitador, que en su imitación distorsiona la realidad. Oportuno resulta destacar que, en el sentido platónico, el imitador “no sabe nada que valga la pena de las cosas que imita”[7] porque lo imitado “está a tres puestos de distancia de la verdad”[8], de donde se sigue que es irracional.
Platón ha asestado un duro golpe a la poesía imitativa al tildarla de irracional, no ha desconocido su influjo sobre las operaciones pero, en el contexto de su epistemología no tiene cabida alguna, puesto que, desde su visión, lo que la “poesía imitativa nos ofrece” es sólo una visión engañosa de lo verdadero.
De las razones dadas contra la poesía solamente quedará una que, finalmente, llevará a la condena ya anunciada; la poesía imitativa está destinada por naturaleza a aquella parte inferior de nuestro ser “de carácter irritable y multiforme”[9] .
De lo dicho queda en evidencia que una forma de expresión, que es tan engañosa y relativa a lo peor de nosotros mismos, según Platón, no pueda ser recibida en una ciudad que debía ser regida por buenas leyes, porque aviva y nutre ese elemento del alma, y haciéndole fuerte, acaba con la razón a la manera en que alguien, dando poder en una ciudad a unos miserables, traiciona a ésta y pierde a los ciudadanos más prudentes”[10] .
La poesía ha sido exiliada de la república en un juicio histórico que debe desarchivarse. Platón mismo, no obstante, no ha proferido una sentencia definitiva, puesto que en su condena deja la puerta abierta para que se presenten nuevas pruebas a favor de la poesía con el fin de que sea además de agradable, provechosa.[11]
María Zambrano se convertirá, en lo que respecta a este juicio milenario, en quien pretenda reivindicar a la poesía, justificándola en su intento de mostrar la verdad. Tal justificación no seguirá, empero, el árido terreno de la lógica si no más bien el florido valle de una razón poética.
Estamos situados en la espesura de un lenguaje sentido y vivido. El horizonte anunciado por María Zambrano surge más de “un amor obstinado que sueña la reconciliación”[12] que de una razón justificadora desde el terreno del conocer.
No resultará extraño, por tanto, que no busque definiciones de pensamiento y poesía. Se trata, más bien, de buscar el lugar en la vida en donde éstas ‘dos expresiones de la palabra surgen. Expresiones de una sola palabra, pronunciada en el origen de los tiempos. Palabra que es raíz, sangre y vida.
El lugar en la vida, desde el cual surgen pensamiento y poesía, no es otro que el diversificado campo de la experiencia. Así, por ejemplo, nos encontramos con lo siguiente: la filosofía surgirá del conflicto de experimentar perplejidad o “pasmo estático ante las cosas y el violentarse en seguida para liberarse de ellas”[13]. Esto la lleva a afirmar que “la filosofía es un éxtasis fracasado por un desgarramiento”.
La autora nos posibilita un traslado, una experiencia de traslado, hasta las proximidades del origen mismo del filosofar y es en esas proximidades donde buscará aquello que bifurcó el torrente de una sola palabra asumida por distintos cauces: pensamiento y poesía.
Dirá que la filosofía optó por el camino de la verdad trabajosa que, en su desencarnación se convirtió en idea; la poesía, en cambio, se aferró a la tierra, al viento, el agua y a las cosas, al punto que no experimentó violencia. El trato con las cosas le fue tan familiar que se resistió a dejarlas.
El camino de la filosofía se apartó del mundo, haciendo abstracción de él lo exprimió en forma implacable[14]; la poesía, entre tanto, se perdía en la espesura de las cosas. El poeta, a juicio de Zambrano, se apega a las cosas en el laberinto de un tiempo intenso, cargado de sentido.
La filosofía busca la unidad que trasciende la experiencia; la poesía, en cambio, la heterogeneidad contenida en la experiencia del mundo y en las cosas. No obstante, para María Zambrano, el poema “es ya la unidad no oculta, sino presente: la unidad (…) encarnada”[15] , la unidad de la poesía.
En este punto llegamos a una coincidencia de caminos, tanto filosofía como poesía buscan la unidad del ser. Ambas pretenden captar al ser, pero lo hacen de manera distinta. El filósofo busca el ser absoluto, mientras que “la unidad lograda por el poeta en el poema es siempre incompleta”.[16]
Será esta misma indefinición de los límites la que permitirá a la poesía ser históricamente más elástica y también más humilde. Para María Zambrano, la Filosofía pecó de soberbia, pretendiendo el monopolio de la verdad y de la unidad. En Platón, el logos filosófico despreció al logos poético.
María Zambrano ha mostrado el enfrentamiento originario entre Filosofía y poesía. Enfrentamiento que ha surgido desde una filosofía con pretensiones de luminosidad del logos que, en su ‘luz ha ensombrecido a la poesía, condenada a vagar como una forma de irracionalidad. Ha olvidado la filosofía que logos no encarnado es logos sin significado para el ser humano.
La tarea que nos queda, entonces, es hacer eco de la intención de la autora por mostrar la dignidad de la poesía, sacarla de la fría claridad del logos filosófico. Mostrar su fecundidad.
  1. La Poesía en su Peregrinar.
Hay verdades que se muestran como acontecimientos de profundos alcances. En este sentido, la Condena Platónica, a la que hicimos mención, viene a ser una dura sentencia de seculares implicancias. Desde la República puede contemplarse el inicio de un exilio, que condenó a la poesía a vivir fuera del orden establecido como ideal, fuera de la atmósfera donde se respiraba justicia y verdad; el orden fundado en una razón filosófica desde la cual se construiría toda jerarquía lógica, epistemológica y política.
La poesía quedó al margen de este orden pensado para occidente; no obstante, no se pudo frenar su fuerza, puesto que llevaba en sus venas fuego inextinguible y viento irreprimible. La poesía siempre tuvo firmes lazos que la ataban a este mundo, lazos que ninguna condena podría destruir. Será por esto quizás que María Zambrano dirá que el poeta se aferra al mundo con corazón amante, “es esclavo de la palabra y se consume en ella.”[17]
Resultará oportuno ahondar un tanto más en la ‘condena, con la finalidad puesta en sacar a relucir valiosos rasgos de la poesía que, aún cuando ocultos, esperan dejarse ver desde su propia experiencia.
María Zambrano, ha aceptado en su obra, no sin antes matizar alcances, algunos elementos del razonamiento platónico que preceden a la condena; ha aceptado por ejemplo, aquello referido a la irracionalidad e inmoralidad propias de la poesía. Irracionalidad, porque sigue sujeta al cuerpo y los sentidos; inmoralidad porque se resiste a toda decisión[18] que, finalmente la anularía.
El poeta se consagra a la palabra y vive en ella (también desde ella). Se trata de una palabra encarnada, apasionada, sufriente, amante, viviente.
Para María Zambrano, la poesía, fiel a su naturaleza, ha sido en todo tiempo vivir según la carne. La carne justificaría el precio de la condena.
“El poeta vive según la carne y más aún, dentro de ella (…) va haciéndose dueño de sus secretos y al hacerla transparente la espiritualiza. La conquista para el hombre, (…) la hace dejar de ser extraña”[19]
Tantos siglos han transcurrido, pero el acontecimiento atendido por la autora, continúa despertando resonancias dormidas. Se han establecido diferencias entre filosofía y poesía, se ha asociado a una el espíritu y a otra la carne. ¿Habrá un punto de encuentro, una solución de continuidad?
Para la autora de Pensamiento y poesía, en su soñada pretensión, es posible al menos intentar una experiencia conciliadora.
La Palabra y la Verdad no son patrimonio de forma alguna del saber humano; Por lo mismo, toda pretensión de monopolizarlas, desde la filosofía u otra forma de saber, va directo al fracaso. La Filosofía yerra en su intento, porque la poesía es también un modo de acceder y de mostrar la Verdad contenida en la Palabra. Palabra y Verdad también se muestran en el rebosar de la experiencia hecha poesía.
Entre las experiencias más vitales y fundantes se encuentra la vivencia del amor. A juicio de María Zambrano, el amor es una forma de conocimiento que llega al mismo fin de la filosofía convertida en dialéctica; a saber, la purificación del alma.[20] Llegados a este punto, llama la atención el que Platón no haya sentido la necesidad de justificar a los poetas como hombres esclavizados por el amor. No obstante, si bien no los justifica, es dable afirmar que dejó cabos sueltos que imposibilitaron la destrucción del amor. La autora insistirá en esta idea diciendo que por el pensamiento platónico (en Fedro y Banquete especialmente) se hizo posible que en el decurso de la historia, marcharan unidas la filosofía griega y el cristianismo, o mejor dicho, la religión del alma y la religión del amor.[21]
Salvado el amor se posibilitó la existencia y desarrollo de la poesía, en el seno de una plural cultura, greco-romana o judeo-cristiana, nuestra cultura occidental.
No resultará muy difícil confirmar las afirmaciones de María Zambrano. Bastará con citar a dos grandes de nuestra tradición para dar cuenta de cómo pensamiento y poesía pudieron conciliarse en un discurso que, aún cuando criticado y ensombrecido por la fría razón que sopla desde algunas corrientes filosóficas, logró integrar a la poesía en un sitial de dignidad.
El primero, Agustín de Hipona, hombre ligado por formación a la herencia platónica; Él, no dudó, a la hora de transmitir su experiencia de conversión, en recurrir a una poesía encarnada, amante y apasionada.[22]
El segundo, Juan de Yepes, nacido en Fontiberos, Andalucía; quien, para exponer los mejores frutos de la teología trinitaria, no dudó en usar un nutrido lenguaje simbólico en su poema “Llama de Amor Viva”.
  1. La Poesía y la Paradoja de la Palabra.
La palabra ha de ser proferida, contando con la tradición, evitando que el pasado sea una carga. El pasado nos debe liberar, aligerar nuestra palabra en el presente, para que en el presente hablemos nosotros (vid apuntes curso doctorado).
Lo dicho es válido, pero se ha de reconocer que descubrir la propia palabra no es tarea fácil. Se deben recorrer muchos caminos, equivocar senderos incluso, para dar con la palabra propia. En esta búsqueda no resultará ocioso transparentar lo que la autora de “Filosofía y Poesía” nos legó en su obra.
Se ha dicho de múltiples maneras que la palabra del poeta es palabra encarnada. Hemos recorrido el trayecto de una simple mirada al peregrinar de pensamiento y poesía en el seno de la historia de occidente, hasta lograr pistas de conciliación. La ‘condena’ de Platón, siendo categórica, contemplaba vacíos que permitieron a la poesía crecer y desarrollarse en una atmósfera de libertad; lo que nos queda por mostrar, o, al menos indicar en qué dirección se encuentra, es la naturaleza de la poesía, sus rasgos más propios.
El poeta, nos dirá María Zambrano, es hijo y enamorado. Es hijo, jugando libre en espontáneo vuelo, que busca el encuentro con su origen; y, enamorado, en el sentido de que es entera donación.
En este contexto se entiende bien que la poesía sea huída y búsqueda, requerimiento y espanto. Una angustia sin límites y un amor extendido. No producirá extrañeza que la palabra que brota de la poesía quiera ser retenida, aún a sabiendas de que quema en la lengua como un tizón.[23]
La poesía busca su origen, necesita reencontrarse con su nacimiento, que es el despertar de todos. Donde ya no hay enfrentamiento, tan sólo armonía originaria. Esto explica, según María Zambrano, que el poeta siempre se encuentre dispuesto, con su alma como ‘un espacio abierto’ donde todos encuentran su sentido. Esta disposición del poeta brota de una certeza que no conoció la filosofía: a saber, el poeta ha experimentado que no es posible poseerse a sí mismo. “La actualidad plena de lo que somos, únicamente es posible a la vista de otra cosa, de otra presencia, de otro ser que tenga la virtud de ponernos en ejercicio”[24]
Esto es lo que debería haber sabido el filósofo que, no queriendo oír al poeta, se privó del amor encarnado que posibilita la verdadera unidad.
Este amor sabido y vivido por el poeta descubrió que la tan ansiada unidad se lograba por haberse enteramente dado. Es la experiencia mística de quien saliendo enteramente de sí, olvidándose a si mismo, ha vivenciado el reencuentro con su unidad originaria.
La poesía, en la intención leída desde María Zambrano, ha triunfado respecto del juicio iniciado en la Grecia de Platón. Ha sido un triunfo muy peculiar, porque la poesía no buscó justificación alguna, venció sin humillar. Salió victoriosa en ella la Verdad, aquella Verdad entera que se resiste a ser parcelada y monopolizada; porque aún pudiendo ser oída, siempre nace de un silencio inabarcable. Verdad que, en la espesura del bosque, se vuelve translúcida a través de claros sin contornos, indefinibles e inaprensibles.
La explicación del triunfo de la poesía, la encuentra María Zambrano, en la luminosidad del amor. Sí, a pesar de la irracionalidad de la carne contenida en la poesía, se encontraba en ella el amor, misteriosa fuerza que la filosofía no pudo apresar. El amor hizo salir de sí a la poesía, sin poder ya jamás recogerse; perdió su existencia y ganó la total aparición, la gloria de la presencia amada.”[25]
Reconocido el triunfo se ha intentado reconciliar Filosofía y Poesía, pero la empresa no es fácil, son siglos de fortificaciones.
La palabra de la filosofía, en su afán de precisión, se hallaba incompleta. Algo faltaba, se resentía al no tener la palabra que penetra lentamente en la noche de lo inexpresable. La poesía no podía aceptar la escisión forzada en la Antigüedad Clásica, porque su palabra no se agotaba en los límites del ser. Se ha intentado la reconciliación como en un sueño que aún no ve el clarear de la realidad. Pero vivimos en la esperanza de realizar nuestros anhelos y, en ocasiones, podemos ver los frutos de lo sembrado por quienes nos precedieron.
Concluye su obra, María Zambrano, con una categórica sentencia:
“Quien está tocado de la poesía, no puede decidirse y quien se decidió por la filosofía no puede volver atrás”[26]. Sentencia que encierra el eco de una pregunta que, por ahora, no podremos resolver: ¿Qué conflicto interno llevó a María Zambrano a su intento de conciliación entre Filosofía y poesía?
La pregunta se convierte en paradoja no resuelta y desafío latente. Filosofía y poesía, dan cuenta de una realidad que es luz y oscuridad, razón y delirio.
Es la paradoja de una sola palabra que mantiene oculta la pureza de su origen, pero que muestra y se muestra entre luces y sombras.
Es la única Palabra pronunciada en el origen de los tiempos que aún resuena en el concierto del cosmos. Lo que ha sido dicho, es sonido en el tiempo. Algunos dirán que es sonido perdido, otros vivirán en la esperanza de que ese sonido recobre nuevos significados y vuelva a armonizar lo que ha quedado disperso.
Teniendo como Horizonte esa Palabra, todo intento como el de María Zambrano se torna valioso. Debemos devolver el sentido originario a la palabra. No basta la sola filosofía, en su versión filológica o sistémica. Debemos humanizar la palabra y, en la poesía hay claves de sentido, dignas de ser contempladas, asumidas y vividas. ¡Tenemos tanto que aprender!
En nuestro aprendizaje bien podríamos pensar en construir nuestra identidad desde el lenguaje poético.
Neruda llevó la poesía a las amasanderías, la hizo dormir en la duras camas de los más desposeídos, en su cansada voz la hizo llegar a pobladores entre pifias y protestas… ¿Podremos decir lo mismo de quienes se han dedicado a la filosofía?
Otra pregunta vuelve a quedar abierta y surge renovado, el desafío de unir filosofía y poesía en una sola voz, que exprese alegrías y dolores de cada generación. Voz enérgica para denunciar injusticias, y melodiosa para comunicar el amor que ennoblece y humaniza.
Conclusión
Hemos recorrido un sendero que tiene su origen en la antigüedad clásica. Junto a María Zambrano, experimentamos las desgarradoras notas de un enfrentamiento que, desde la obra de Platón, resultó en condena para la poesía.
En la profundización del argumento platónico contenido en la República, conocimos las razones que llevaron al filósofo ateniense a condenar a la poesía a un exilio perenne. Entre las principales, se contaban las siguientes: En primer lugar, los poetas trágicos eran acusados de causar estragos en la mente de cuantos los oían, si no tenían como contraveneno el conocimiento verdadero que brotaba del filosofar. Una segunda razón brotaba del carácter de imitadores que poseían tales poetas; imitación que se traducía en engaño y que, como engaño, era contrario a la verdad que venía a ser fundamento de la República.
Estas razones, las principales, entre otras, marcaron la condena de la poesía, según María Zambrano. La sentencia de Platón había sido categórica y la poesía quedó condenada a peregrinar, escindida de la fuente, en la oscuridad de la frontera.
Algo sucedió en el interior de María Zambrano que la llevó a escudriñar en este milenario pleito, quería conocer el origen de la condena. No con un afán de sistematicidad, sino, más bien, como búsqueda de las raíces de la propia interioridad. Asumió la tarea de intentar, al menos, la reconciliación entre filosofía y poesía, no desde la razón, sino desde el anhelo que brota del corazón.
La reconciliación no vino con esta obra. No obstante pudimos presenciar las bondades de una poesía, que es palabra encarnada. Digna hija de una Palabra pronunciada de una vez y para siempre, en el origen de los tiempos. Palabra que nos invita a asumir el desafío del reencuentro con lo que nos es más propio. Palabra original y originaria que nos une en una sola voz y que espera la consumación de los tiempos, pero, que en el tiempo, nos invita a construir identidad, en la palabra, en el lenguaje, sin desconocer ni menospreciar ninguna forma de expresión.
Bibliografía
  1. Zambrano, María. Filosofía y Poesía. Edición Fondo de Cultura Económica. México 1996.
  2. Zambrano, María. Palabras del Caminante. Edita Centro “María Zambrano”. Málaga. Septiembre de 2000
  3. Platón “La República”. La Edición es de Alianza Editorial, traducen José Manuel Pabón y Manuel Fernández-Galiano, Madrid 1999.
  4. Nómez, Naín. Poesía Chilena Contemporánea Ed. Fondo de Cultura Económica. Chile 1998.
  5. Rimbaud, J. Arthur. Una Temporada en el Infierno. Trad. Gabriel Celaya. Ed. Visor, Madrid 1994.
  6. Apuntes de cursos de Doctorado en Filosofía UPSA 2004-2006, impartidos en Chile, septiembre de 2005, por el Profesor Dr. Luis Andrés Marcos.


[1] Cf. Fundación María Zambrano. “Palabras de Caminante” .Edita Centro “María Zambrano” UNED. Málaga, septiembre de 2000
[2] Los textos que tendremos presentes en este enfrentamiento son los siguientes:
Zambrano, María “Filosofía y Poesía”, la edición corresponde al Fondo de Cultura Económica. México 1996
Platón “La República”. La Edición es de Alianza Editorial, traducen José Manuel Pabón y Manuel Fernández-Galiano, Madrid 1999
[3] Cf. Filosofía y Poesía p.14
[4] República X, 595b; lo citado entre [ ] es reelaboración en sintonía con el texto.
[5] Vid. Nota al pie de página. Op. Cit. P.556
[6] República X,601a
[7] Op. Cit. Libro X,602b
[8] Ibíd. 602c. algo similar ya habría sido expresado por Platón en el Libro IV, refiriéndose a que todo arte imitativo es irracional. Vid. Nota a Libro X 603b
[9] Op.Cit. X,605a
[10] Ibíd. X,605c
[11] Véase República Libro X 607 e
[12] Cf. Pensamiento y Poesía p.14
[13] Cf.Op. Cit. Página 16. Véase referencia a República Libro VII,516a
[14] Ibíd. P.17
[15] Op. Cit. p 22
[16] Ibídem
[17] Ibíd. P.43
[18] En relación a este tema resulta particularmente lucida la alusión que se hace a Arthur Rimbaud. “Ese desconocido” que siendo poeta, optó por vivir razonablemente, dejando de lado la poesía como forma de expresión. Algunos dirán que no dejó de ser poeta, Verlaine escribió de él: “mortel, ange et démon,autant dire Rimbaud….”
[19] Zambrano, María Op. Cit. P.62
[20] Vid. Op. Cit. P.66
[21] Ibíd. P.67
[22] ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ves que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo mas yo no lo estaba contigo. reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abraséme en tu paz. (Confesiones Libro X, capítulo XXVII)
[23] Oportuno resultará, al menos, dar a conocer la experiencia en este terreno de una Chilena reconocida por su legado poético. Escuchemos parte de su poema “Una Palabra”:
Yo tengo una palabra en la garganta
y no la suelto, y no me libro de ella
aunque me empuje su empellón de sangre
Si la soltase, quema el pasto vivo,
sangra al cordero, hace caer al pájaro ()
(Gabriela Mistral en breve Antología crítica de Naín Nómez.Ed. Fondo de Cultura Económica. Chile 1998.p.53)
[24] Cf. María Zambrano, Op. Cit. P.109
[25] Ibíd. p.114
[26] Ibíd. p. 116

1 comentario:

Antonio Furret dijo...

q bueno q escribes de nuevo!.... cuando pueda lo leeré todo xD